Dos golazos de Lionel Messi destruyeron al Real Madrid en la Champions League




En otro clásico de enredos y futuras coartadas para algunos, el fútbol fue cosa del Barça y la gloria para su mejor embajador: Messi. Frente a un Madrid otra vez encogido y acuartelado, el equipo azulgrana empinó la semifinal a su manera, con mayor gusto y decisión que su adversario, que mucho antes de perder a Pepe por expulsión no tuvo otro guion que desteñir el juego barcelonista. Con Pepe no quiso, y sin Pepe no pudo. Esta vez, la pócima no resultó. Al toque de corneta de Mourinho, el madridismo ha consentido en estos días que el equipo discuta con los azulgrana desde el cuarto oscuro



Lo hizo en la Liga y anoche, sin resultados, que eran la única excusa posible. El Barça se lo hizo pagar desde sus entrañas, con Messi como actor principal. Nadie simboliza este Barça como La Pulga. Enfrente, un remate picante del Madrid en toda la jornada y apenas un 26,4% de posesión. Datos mucho más concluyentes que una expulsión, por rigurosa que sea. Messi, el Barça, los visitantes, evitaron el mezquino cero a cero que soñaba Mourinho para retratar al Inter en la vuelta de la próxima semana.



El Madrid se puso el mono del último clásico de Liga. Fue un calco. El equipo se tapó para tapar, sin otra intención. No se trataba de incomodar para zaherir, como en la final copera, sino de evitar rasguños. Nada más elocuente que el gesto crispado de Cristiano Ronaldo al cuarto de hora, suplicando brazos al cielo que el grupo se estirara, que le acompañara en la punta final. También lo demandaba la hinchada, que brindaba con cada paso al frente de los suyos. El Madrid no está concebido, por genética y plantilla, para acomodarse en la sala de espera. Pero Mourinho es un negociante de marcadores, máxime si la partida es de ida y vuelta. Para él es un solo encuentro. Es un autor de resultados, no de fútbol con cinco estrellas. Y, hoja de servicios en mano, eficaz. Por eso llegó al Madrid en tiempos de urgencias.

El molde del Barça no es la única patente que ha triunfado en el fútbol. Hay otras vías, un amplio mosaico. Unas poéticas y otras más prosaicas y todas pueden conducir a la victoria. Mourinho tiene su atajo, el suyo propio, nada que ver con el de la institución o los gustos de la militancia de turno. Es su sello, el credo que le ha llevado a la cima y no repara en cuestiones hedonistas. En el Madrid, frente al Barça, ha aceptado que la ruta al éxito es negar al Barça antes que reivindicar a su propio equipo.

Aceptada la superioridad azulgrana con la pelota y su toque más romántico, el Madrid solo discutió a partir del gobierno de su adversario. Se refugió en su propio campo y bajó la persiana, con Lass, Pepe y Alonso en el dique, con cadenas, lo que dejó desenchufados a Cristiano, Özil y Di María. No obstante, por su cuenta, el argentino fue de nuevo una lata para Alves, contenido como nunca en su faceta ofensiva y condenado en cada cara a cara. Hasta que el Madrid ejecutó el plan Adebayor, el Barça jugó con pulcritud, sin riesgos, con el balón como hilo conductor pero sin chicha ofensiva. Hace tiempo que el Barça juega más que remata. Con su autoridad del primer acto, solo Villa y Xavi se acercaron a Casillas. Messi cada día ejerce más como otro ilustrado centrocampista y la portería no le queda tan cerca como antes, por más que sepa cómo ser puntual. Ubicuo como es, La Pulga asiste y golea. Hasta que Messi da un paso al frente, el equipo de Guardiola rompe por los costados, pero el Madrid apenas le ha concedido fugas por las esquinas.

Cuando Mourinho llamó a filas a Adebayor en lugar de Özil, el partido tuvo otra marcha. El Madrid encontró un futbolista diana en el ataque, para incomodo de los centrales barcelonistas. Con el togolés por el medio, el Barça fue algo menos geométrico, más largo y durante un rato hubo más alboroto. Al Barça todo le suponía entonces un engorro aún mayor. Hasta que Pepe, el voltaje de esta serie de clásicos, planchó la pierna derecha de Alves. Una roja que pudo ser amarilla. Pero el árbitro alemán Wolfgang Stark expulsó al madridista. Y, como a Pinto en el descanso por un enganche con Chendo, el delegado local, enfrentamiento que arrancó con el cruce entre Arbeloa y Keita, también desterró del banquillo a Mourinho, desquiciado, más que de costumbre cuando se queda con diez ante el Barça, un dictado habitual en sus tesis conspirativas.

Sin Pepe, llegó el momento de Messi. Al contrario que en el reciente envite de la Liga, esta vez el Barça supo materializar su superioridad. Afellay encaró a Marcelo a su centro al punto de penalti llegó Messi con la puntera como rifle. Chacal reapareció poco después con un eslalon diabólico, con hasta cuatro madridistas por los suelos a su vertiginoso paso, como si llevara una lagartija en la cintura. Ante Casillas resolvió como un ángel. Punto final para el Madrid. Para esta versión del Madrid, que el martes, en el Camp Nou, tendrá que soltar amarras. No le queda otra, por mucho que su técnico se escude en otras cuestiones.





Real Madrid denuncia al Barcelona por conducta antideportiva

Los merengues reclaman a la UEFA que los jugadores catalanes simularon agresiones y presionaron al juez

Fue un día de denuncias. Primero fue la UEFA, que por oficio abrió un expediente al Barcelona, Real Madrid y José Mourinho por los hechos (y declaraciones en el caso del DT) ocurridos en el duelo de ida de la semifinal de la Liga de Campeones. Después, los catalanes denunciaron ante el mismo organismo a los merengues y su técnico. Y la jornada terminó con la decisión del club madridista de presentar una acción similar contra sus rivales.

Como política, según destaca el diario As, Real Madrid nunca había denunciado a un club, pero decidió salirse de esta norma por, como publica el medio español, "el acoso que está recibiendo por parte del Barcelona y la UEFA".

La denuncia de los merengues contra el Barcelona será por "conducta antideportiva de sus jugadores durante el encuentro de ida de las semifinales de la Liga de Campeones y por teatralizar de forma premeditada fingiendo agresiones para meter presión al árbitro para inducirle a mostrar rojas directas, consiguiendo su objetivo en la tercera ocasión, en la falta de Pepe sobre Alves".

Respecto de esta última acción, los merengues enviarán un video a la UEFA para demostrar que no hay contacto.

Guardiola siempre guardó un respeto institucional hacia el Madrid. Mantiene todavía una buena relación con Raúl, recuerda a la Quinta del Buitre como una generación futbolística revolucionaria, intercambia mensajes con Fernando Hierro y es de la cuerda de Valdano. Desde su condición de barcelonista, le tiene desde siempre por un equipo muy competitivo y un club poderoso. Le preocupa, en cambio, cómo Florentino Pérez administra y aplica el poder, y a sus oídos ha llegado también que el presidente del Madrid recibió su llegada al banquillo del Camp Nou con una frase despectiva tal que "Guardiola es el López Caro del Barça".



No hay pruebas, como de tantas otras afirmaciones que circulan por el mundo periodístico a gusto del consumidor, en función del bando en el que se milite, ya sea en la central lechera, como se denomina a la prensa afín a Florentino, o en la culé. No para el ventilador de la propaganda ni el de la contra propaganda. El presidente del Madrid ha congelado el organigrama y también el tejido social del club del señorío que tanto reverenciaba el entrenador del Barça. Florentino se ha vencido a Mourinho y la suma de ambos provocó que el martes reventara Guardiola, desquiciado al igual que en su día Rijkaard, después de que Mourinho le acusara de conspirar en la caseta del árbitro.

Hay quien sostiene desde el Camp Nou que Mourinho consiguió sacar "lo peor de Guardiola", su perfil más desconocido y agresivo, no el reivindicativo, que siempre lo tuvo, tanto en las causas personales como de club. Una de las personas próximas al técnico aseguró ayer: "Pep ha reaccionó así porque cree que el equipo le necesitaba". La cuestión era liberar a los jugadores, ponerles a salvo de cualquier duda, mientras el propio Guardiola se batía con Mourinho. Hombre de juzgados y comunicados, a Rosell le tocaba el papel de neutralizar a Florentino, que a ojos de algunos barcelonistas parece menos enemigo que Laporta.

A Guardiola y al Barça les convenía recuperar la iniciativa, o al menos el protagonismo positivo, después de que Mourinho hubiera visualizado mejor la serie de los clásicos. A diferencia del Barcelona, que ha distinguido tres torneos diferentes de una larga temporada y de un proyecto a largo plazo, el técnico portugués ha afrontado el choque como un pack en el que tenía una posibilidad única de destruir en 15 días la obra de Guardiola. No es casualidad que la trama haya ido in crescendo, siempre desde la espiral de Mourinho, empeñado en manchar todos los títulos del Barça, dispuesto a demostrar que todo su futbol es artificial, puro teatro, un invento de la prensa.

El discurso de negación del futbol barcelonista había funcionado mucho mejor que el de afirmación hasta el desenlace porque la maquinaria madridista había actuado con más determinación que la azulgrana. La duda estaba en saber si la personalidad de Guardiola, personaje de club por excelencia, absorbente y capaz de asumir distintos papeles, había provocado una parálisis institucional o la directiva aún no encontraba su sitio en el club, más allá de la de controlar el gasto, siempre a la expectativa del discurso de Guardiola, incapaces los miembros del consejo de responder al pilón destructor de Mourinho.

Mou siempre se defendió a partir de medias verdades y procuró convencer al espectador de que el Barça no juega al fútbol sino que hace teatro y que no hay más guionista que Guardiola. Llegados a tal punto, no está en juego un título sino la cabeza de Mou o de Pep, sobre todo porque la política de los dos clubes descansa en sus técnicos. A Mourinho, sin embargo, le protege el poder mientras que al equipo de Guardiola se lo lleva la corriente, expuesto al marcador. El desgaste del técnico azulgrana es imparable porque se ha sentido solo mientras que el del Madrid congregó a la entidad. A Mou solo le preocupa desenmascarar a Pep, batirse en el cuerpo a cuerpo, desenmascarar al Barça.

No es extraño por tanto que el Madrid se sintiera más fuerte en el cuerpo a cuerpo, en los torneos de eliminación, que en la Liga, un torneo que domina el Barcelona por su capacidad para relacionarse con el Sporting u Osasuna, despreciados por Mou, deseoso de medirse con quien le disputa la jerarquía. A Mourinho le obsesiona desenmascarar al Barça mientras que Guardiola pretende ganarse a la gente del fútbol, y de ahí su arrebato colérico, su discurso contra Mourinho, porque en el fondo cree que está defendiendo a su equipo, al fútbol, a Valdano, a la Quinta del Buitre, al Madrid que perdió la Liga en Tenerife sin decir ni pío para gloria del Barça.

Así que, visto el guion y disputada la ida de la Champions, el fútbol se puso de parte de Guardiola y negó a Mourinho. Triunfó Messi a partir de la expulsión de Pepe, una jugada que permitirá a cada entrenador continuar con su discurso. Los guiños del fútbol son inacabables. De momento, sin embargo, visto el juego y el marcador, Messi le ha dado la razón a Guardiola. El entrenador se mojó por el equipo y el equipo homenajeó al técnico.



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